¿Quién no ha mentido sobre las razones para llegar tarde a una junta, por evadir una plática ha dicho que tenía que marcharse, o afirmó no haber hecho algo por salir de un problema? Mentir es, dice el diccionario, conocer la verdad y modificarla porque así nos conviene.
No es lo mismo que argumentar algo falso que se cree verdadero. Tampoco es lo mismo que hacer trampa, porque la trampa es premeditada y la mentira impulsiva. La trampa tiene intención gandalla, la mentira es autoprotección. El tramposo nos ofende porque nos venció. Quebró la confianza, el acuerdo, el “constructo” (chiste personal). Aunque no haya sido el ganador, sacó provecho porque mintió. Quizá incluso actuó con premeditación, alevosía y ventaja, que se sabe son lo contrario de la improvisación, candidez y esfuerzo (tan bellos conceptos).
Al Maratón de la Ciudad de México (2017) se inscribieron más de 40,000 corredores y lo terminaron sólo 27,000. Los demás en su gran mayoría, afortunadamente, no es que sufrieran de infartos, desgarres o desesperanza. Lo que pasó es que voluntariamente lo corrieron incompleto.
Así es: se inscribieron al maratón con antelación (los lugares se agotaron hace tiempo), pagaron su cuota, recogieron número, chip y playera días antes del evento, y acudieron a la cita con el maratón sabiendo que no lo correrían completo. No tenían un “plan de carrera”, más bien una estrategia de evasión.
¡Tramposos! les gritan, lastimados, los que se consideran corredores de verdad. En estos tiempos modernos, el hecho de que los resultados sean públicos y la omnipresencia de las redes sociales han hecho las trampas mucho más difíciles de quedar sin castigo. Hay estoicos héroes de la verdad que dedican horas a buscar fotos de gente presumiendo logros y medallas, cuadrando contra tiempos oficiales, y exponiendo a los torpes estafadores que subieron imágenes con todo y número de corredor.
Las reacciones son muy desproporcionadas, a mi parecer. Se crean foros para exponer tramposos que se vuelven plazas para el linchamiento. Se suben fotos, pruebas, nombres. De especial disfrute para los probos corredores es etiquetar directamente al tramposo/a para dirigirle insultos, encontrar entre sus fotos evidencias de trampas anteriores y exhibirlos con sus conocidos. En sus mentes, es el castigo que merecen. Estos tramposos, es cierto, pueden ser patéticos. Suben fotos a sus redes desde la meta presumiento la medalla, escriben mini-reseñas de la carrera (“estuvo durísimo, pensé que no la terminaba, pero gracias a sus ánimos logré esforzarme y terminar”) y ni siquiera se fijan en que en sus fotos todos los que salen a su alrededor tienen la cara desencajada, el cuerpo bañado en sudor y apenas se pueden sostener, mientras que ellos sonríen y bajo una seca playera levantan los secos brazos. Roberto Madrazo, santo patrono del tramposo corta-ruta, famosamente quedó retratado llegando feliz a la meta en chamarra, después de teóricamente haber corrido 42 kilómetros. Se cuenta que eso fue lo que alertó a los jueces, que sólo entonces procedieron a revisar los tiempos parciales.
Pero a ver: tu esfuerzo no es su esfuerzo. Si corriste los 42 km fue porque quisiste y no por cumplir con las leyes. Si entrenaste durante meses fue para llegar bien preparado, estar sano y fuerte, incluso socializar o tener un espacio para ti mismo. Ese atajo que tomó el tramposo no lastima a nadie y el beneficio es sólo para el que logró engañar, si lo logró.
Yo corrí este maratón y no sentí que los “tramposos” entorpecieran el recorrido. Vi corredores esperando en el km 10, en el 21, en el 32. Todos parecían esperar amigos que sí estaban corriendo el maratón completo, y estorbaron mucho menos que la gente que echaba porras, que en su entusiasmo creaba un pasillo muy angosto. No le “quitaron” agua a nadie porque pagaron por ella, por los servicios y por los gastos generales. Claro, sí impidieron que algún buen corredor se inscribiera; siendo honestos, la mayoría decide correr un maratón al menos seis meses antes de su inicio. Cada corredor del maratón recibe una medalla en la meta. Si llegas hasta ahí y tienes un número colgado en la ropa, los voluntarios te dan tu medalla, sin saber -¡ni importarles!- si viajaste en limusina desde la salida o si eres un corredor íntegro y cabal. No cuestionan la sequedad de tu ropa, nada más sonríen y te dicen “felicidades”. Para quien corrió completa la carrera, es un momento de satisfacción que llena de orgullo y sentimiento de haber logrado algo importante.
Esa es la gran pérdida para el que sólo corrió los últimos 2 km.
Si alguna vez te premiaron por un dibujo escolar que en realidad hizo tu compañero de banca, conoces la sensación. Opinar que alguien no merece colgarse una medalla habla más del juez que del presunto culpable: habrá quien se lesionó dos días antes de la carrera, quien pensó que correr dos días a la semana era suficiente entrenamiento, incluso quien sea motivado a correr el siguiente año sólo por sacarse de encima la sensación de ser un impostor.
Claro que queremos que el #MaratónCDMX sea un gran evento mundial, con corredores de primer nivel. Queremos que sea una fiesta anual, como pasa con el de Nueva York. Los organizadores del maratón deberían descalificar y vetar por lo menos un año a quien desparezca de los registros en el km 5 y reaparezca teletransportado en el 35. Exponer a la gente que maliciosamente compra lugares y finge haber corrido es buena idea para evitar que siga ocurriendo. Si se descubriera que el ganador del 3er lugar general cortó camino, sería algo muy serio que debería atacarse.
Pero dejemos el síndrome de Sólo Pasa En México: esto ocurre en el maratón de Chicago, Washington, Madrid, Boston, Filadelfia… Sí, correr maratones tiene que ver con la integridad. Sí, no deberíamos darle medallas a quien no las merece. Pero parecería que emplear horas en desenmascarar o insultar a tramposos inofensivos es más bien un pretexto para dar rienda suelta a esos salvajes instintos que podrían haberse calmado corriendo un Maratón.
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