Nunca había estado en una posición como en la que estoy ahora; nunca me había parecido tan patente que no tenemos ningún control sobre el futuro y que, me guste o no, nunca voy a poder conocerlo de antemano.
Ayer Andrea cumpli ó 40 semanas de embarazo.
Me dirán que los embarazos de primerizas siempre se retrasan, que si todo el proceso ha sido normal no tiene por qué dejar de serlo, que la amiga de no-sé-quién también estaba así el día X y al día siguiente estaba pariendo… Me dirán cualquiera de estas cosas, pero yo estoy ansioso.
Mucho.
Y es aquí que pienso “quién sabe; quizás estamos a 2 horas de que comience el trabajo de parto y nosotros ni enterados”. Pero los últimos cinco días, unas dos veces por día, he estado secretamente convencido de que ahora sí ya empezó el trabajo de parto, o que en una hora más comenzará.
Y ya me acostumbré a estar equivocado.
Muchos de nuestros amigos pronosticaban el 1o de octubre como fecha de nacimiento de Mateo. Cuando el sábado fue avanzando, lentamente, mi mente se dirigió a los que vaticinaron el 2 de octubre. “Ellos van a ser quienes tengan la razón; qué bárbaros, son unos brujos”.
Pero el 2 de octubre pasó sin mayores contratiempos. “¡El 3! ¡Excelente fecha!“. Pero nada.
Yo tenía la firme convicción de que Mateo nacería el 4, día en que se cumplirían las 40 semanas exactamente, y conforme a ello, me dediqué todo el día a simplemente dejarlo correr, fingiendo trabajar. Pero nada.
Ahora estamos a 5 de octubre, es ya de noche, y no se ven aparecer síntomas que indiquen cualquier cercanía del parto. Claro, Andrea tiene algunas contracciones esporádicas, cólicos pequeños más o menos dolorosos, etc, pero todavía nada concreto.
Entonces, no sé. Ese es el aplastante veredicto.
No recuerdo antes en mi vida haber tenido tal miedo a la incertidumbre. No soy más que un simple humano sin control sobre su futuro. Ya lo sabía, pero no lo había visto tan clara y dramáticamente.
Son las 10:36, y deseo con toda el alma que este sea mi último post antes de convertirme en padre.
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