Para variar, divagaré. Tengo dos temas en la cabeza, y me han estado inquietando últimamente. El primero, el lenguaje. El segundo, el lenguaje. Si, parece raro. Pero en realidad son dos temas; me explico: el primero me surgió dando una buena navegada por el sitio del Huevo, un cuate que es muy gracioso para escribir y le debe mucho de su gracia al lenguaje que utiliza. Para muestra, vale un botón. Su blog tiene tan sólo un año de vida y ya posee una legión de seguidores, todos muy activos en sus comentarios y de lenguaje incluso más agresivo (más sobre esto debajo) que el del Huevo. Es legendaria la broma que hizo al poner la palabra inventada “Muldereado” en la Wikipedia, a raíz de un chiste local. Un español, bastante decentemente, decidió borrar la entrada y tanto el Huevo como su batallón lo llenaron de mierda en los comentarios (algunos graciosísimos). En el otro lado del espectro, está el blog Septiembre, de aquí de la Coctelera, sensible y personalísimo, lleno de palabras de tres o más sílabas, en el borde entre prosa y poesía. También tiene legión de lectores. En ambos blogs, el lenguaje forma parte de su identidad. Yo, por mi parte, no podría escribir como ninguno de los dos: decirle a mis -inexistentes- lectores “me la pelan” no va conmigo, y de la misma forma, no puedo escribir mis pensamientos en forma de pequeñas frases misteriosas llenas de alegorías. Para mí, más bien, es importante intentar comprimir las frases y decir lo más con lo menos. Cosa que no logro aún :-) En fin. Ese era el primer punto. Sin embargo, prometo que el segundo punto será mucho más corto. Y tiene relación con el primero: nuestro lenguaje escrito es imperfecto. Alguien alguna vez me dijo que nunca me peleara ni por carta ni por teléfono, porque en ambas instancias faltaba observar las expresiones faciales y corporales, que siempre completan el espectro. Es una razón por la que los grandes escritores y los buenos declamadores son tan celebrados: logran transmitir toda una emoción sin que necesitemos verlos. En algún post del Huevo intentó explicar que él no es como parece, que deberíamos verlo y oírlo hablar de lo que escribe. Coincido con él, creo que algunos de sus lectores han malinterpretado su personalidad. Incluso me imagino perfectamente una escena digna de Seinfeld en la que Septiembre y Huevo, los dos protagonistas de mi post de hoy, pudieran platicar amigablemente por horas en alguna reunión de bloggers. Y es que escribir es un poco como amar: algunos lo hacemos groseramente, otros llenos de cursilería, depende de qué novela hayamos elegido representar y cómo hayamos aprendido a hacerlo. Pero eso no significa que seamos burdos o simplones, respectivamente: sólo es una dimensión. Escribir es una foto en la que podemos salir mejor o peor de lo que creíamos, y no depende de si sonreímos a la cámara o nos sorprendieron al tomarla.
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