Dice la sabiduría popular que del amor al odio hay sólo un paso. Por mucho que me he resistido a creerlo, no fue sino hasta que lo experimenté que quedé convencido de que el _vox populi _suele saber lo que dice. “Sólo un paso”, reza la frase, y parecería absurdo intentar defender la idea.
¿Cómo va a ser que se pueda viajar tan inmediatamente de un sentimiento tan positivo y puro como el amor hacia otro tan terrible y cargado de rencores que no se apagan? ¿Será que, si el amor que sentías se convirtió en odio de forma tan fácil, en realidad no se trataba de amor, en primer lugar? ¿O que te estás engañando al creer que sientes odio cuando la verdad es que sólo estás intentando encubrir algún dolor y la patética permanencia de tu amor? No soy yo quien intente explicar qué es el amor o a qué nos referimos exactamente al hablar del odio. De seguro hay un montón de textos al respecto, y me imagino que la psicología nos lo puede decir de forma mucho más lapidaria.
Sin embargo, me atrevo a opinar algunas cosas que podrían ponernos en la pista del entendimiento. ¿Cómo puede ser que haya sólo un paso? Si entre dos cosas sólo hay un paso de diferencia, de seguro se debe a que son muy cercanas. Esta hipótesis puede parecer hasta trivial, puede que sea una clave para entender el fenómeno: el amor y el odio son muy similares.
Cuando amas, se supone, no piensas en ti y te entregas por completo a la otra persona. En cambio, cuando odias no piensas en nadie más que en ti mismo y el momento en lavar tu afrenta o desquitar tu coraje. Entonces, y suponiendo que de verdad el amor y el odio son muy similares, ¿no será que el amor también es un acto egoísta en su raíz? Porque amar no es altruista: no amas a quien lo necesita, sino amas porque tú lo necesitas, y eliges a quién amar dependiendo de tu gusto, tu apetito, tu carencia.
Amar es algo que, al contrario de lo que dice la canción, cualquiera puede hacer siempre y cuando decida ignorar o eliminar el miedo y entregarse, abandonarse. Pero, ¿a quién te abandonas? ¿a la otra persona? ¿o al futuro, al giro que puedan tomar las cosas? Sí, por supuesto que te abandonas a la otra persona y a lo que dicte su voluntad -hasta cierto límite, de preferencia-.
De modo que, de alguna extraña manera, al amar te desprendes de ti mismo y te pones en las manos de alguien más, y sin embargo lo haces porque lo necesitas y quieres creerlo. Probablemente el odio al que se refiere el dicho, es decir, el odio que ocurre como conclusión del amor, también es un acto en el que nos abandonamos al ser odiado y seguimos sus pasos en la mente no sólo porque necesitamos satisfacer nuestra sed de revancha o calmar el rencor, sino por hacer algún tipo de homenaje al ser odiado y vencer a eso que nos sacude: ¿miedo? ¿dependencia? ¿resignación?
Cuando amas de esa forma ciega y total, creas una capa protectora encima de tu ser amado, una burbuja de un rosa traslúcido que convierte cualquier actitud, reacción o comentario en un lindo momento. Por eso, cuando estás ahí, no notas si tu persona amada tiene pésimo gusto musical, o si ese interés que demuestra en tu trabajo es real, o si está llena de prejuicios, complejos o supersticiones absurdas. Cualquier comentario negativo acerca de este ser amado se desintegra al entrar en contacto con la burbuja mágica y esto les permite habitarla durante el tiempo que sus voluntades puedan mantenerla viva.
Cuando, sin embargo, pasas al odio ciego, al límite del rencor almacenado, no es que la burbuja haya explotado. Muy por el contrario, sigue existiendo, pero ahora es completamente negra, y aún las cosas buenas que logran pasar por el campo de fuerza se convierten en negativas. Ahora es cuando empiezas a odiar los programas que ella miraba en la tele, los paisajes que le parecían hermosos y hasta los autos que son del mismo modelo que el suyo. ¿Qué habrá ocurrido? ¿Se desintegró una burbuja y se creó la otra? ¿O será más bien que el amor arrebatado es un ente que, cuando sufre una decepción o un daño suficientemente grande, se envenena como si fuera un garrafón de agua pura al que se le inyectara petróleo? ¿Será entonces que al amor no se le mata sino se le pervierte?
Amar es un estado alterado de la conciencia.
El odio también.
El primero se compone casi completamente de sentimientos bellos y puros; el segundo de pensamientos negros y agresivos. Pero, si el amor y el odio son tan parecidos, ¿será posible que haya algún grado de belleza en estos sentimientos negativos? Se me ocurre que quien odia está, de alguna manera, enamorado de odiar y se aferra a ello como en su momento se aferró a su amor.
Lo único que le produce una sensación similar a aquél amor es seguir guardando esa colección de pequeños trozos de ira para juntarlos y encontrarle significado a lo que antes era inmaculado y perfecto. Quizás esta es la explicación por la cual, muy a menudo, quien amaba y se siente traicionado decide no dejarlo por la paz y decir “OK, yo perdí”, o “Bueno, todos perdimos” o incluso un “El mundo fue quien perdió cuando murió este amor”, sino que sigue insistiendo, puesto que ya es adicto al _rush _de sentir algo profundo por alguien y encontrar a través de ello un objetivo y una razón.
Me leo y me doy cuenta de que estoy incurriendo en falta: o simplifico de más o caricaturizo ambos sentimientos. Yo me he encontrado en situaciones similares, y he sido quien amó con pasión desenfrenada para luego, de un plumazo, pasar al odio exacerbado. También he amado con moderación para luego ver el sentimiento diluírse y morir en el olvido, e incluso he recorrido el camino amor-odio-amor-desesperación-indiferencia-amor-etc.
He sido víctima y victimario, criminal y sacrificado, alumno y maestro.
Me he declarado en guerra después de amar tan sólo una semana, y me he esfumado cobardemente después de derramar mi amor en cartas de varias páginas. Sin embargo, creo que las conclusiones e ideas que han sido exageradas aquí sí tienen un equivalente en la vida real y ocurren en los casos más gloriosos y en los más mundanos. Creo que quien decide odiar a quien amó lo hace porque quiere continuar la relación, porque no se resigna a perder aquéllo que le hizo tan feliz. Si, además, decide buscar una venganza, quizás no es porque el alma se le haya envenenado sino porque necesita sentir que la otra persona sufre un daño equiparable al suyo.
Pero de este tema escribiré en otro post…
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