Una amiga me compartió, hace años, el número de varios psicólogos. Elegí uno al azar y aunque no tengo pruebas, tampoco tengo dudas de que fue la mejor opción. Mi amiga, siendo psicóloga también, me decía que envidiaba a mi terapeuta, por tener un “pacientazo” como yo. Yo nunca había ido a terapia y no sabía si el éxito en una sesión se lograba llorando, haciendo catarsis con el mundo o si de pronto una luz iluminaba cada segundo de tu vida; por lo pronto, ahora además de arreglar mis problemas tenía que ser un pacientazo, cosa que condicionó mi experiencia y ya no estaba yendo para meter gol sino para ganar el Puskas[1].
Pero afortunadamente Beto, como ya dije, era la mejor opción del mundo y cuando le platiqué esta anécdota del pacientazo se rió inmediatamente, y usó el tema para burlarse repetidamente al menos durante 10 sesiones. Y es que verán: mi caso particular, como seguramente el de muchos hombres, es que la mejor forma de decirme algo fuerte sobre mi persona es con un chiste (nota: la peor forma sería diciéndome las verdades rodeándolas de una capa de moralejas, enseñanzas religiosas o frases de autoayuda). Quizá el chiste no es “la mejor forma”, porque también puedes decírmelo con una metáfora, o incluso mirándome muy serio y de frente, brutal pero bien intencionadamente. Pero en definitiva entenderé mejor una observación sobre mí si la haces humorísticamente, porque cuando estoy riendo bajo mis defensas y puedo aceptar cualquier cosa. Quizá nos pasa a todos, y por eso grandes ideas de la humanidad han surgido en medio de fuertes emociones: risas, paz absoluta, llantos, o hasta orgasmos.
Y es que ahora lo entiendo mejor: la terapia no es para de pronto encontrar la piedrita que lleva años en el zapato, removerla y a partir de ahí caminar sin molestias. Tampoco es para “tener alguien con quien platicar” si no, por lo menos, esa persona con quien hablas está preparada para entender lo que está detrás de lo que dices, y te puede guiar. Además, y esto lo entendí después, es crítico que esta persona no tenga que ver nada con tu entorno social porque así no tiene ninguna agenda personal sobre ti, ni ideas preconcebidas, ni le caes gordo porque no te acordaste de él en la reunión de la prepa.
Es crítico -y providencial- conseguir un buen terapeuta. Obvio. Pero no por las razones que crees: es porque tiene que ser alguien que identifique “dónde te duele” y que sepa dártelo, sea a través de sus conversaciones directas contigo o a través de sus actos. Pasa a menudo que vas con miedo a una sesión, empiezas a platicar cualquier bobada, y cuando falta poquito para terminar haces una pausa, bajas la voz y sueltas algo que sientes que es terrible, casi inconfesable. Aquí un buen terapeuta ni abre grandes los ojos ni se le sale decir “¡Uy..!”: simplemente te mira y sin cambiar la expresión te dice que continúes, o que es perfectamente normal / típico / entendible. Claro, a menos que le confieses un crimen, en cuyo caso quizá reaccione igual pero después decida cambiar el domicilio de su consultorio y bloquearte en el whatsapp.
Y no sólo queda ahí la cosa: también es importante que entienda qué le estás “transfiriendo” (un término psicológico que significa que estás proyectando la personalidad de alguien de tu vida en el terapeuta) y que cuide qué está “contratransfiriendo” (lo inverso: qué personas de su vida personal está identificando en ti). Por ejemplo, en mi caso me hacía mucha falta un padre bueno. Uno que me dijera que lo estaba haciendo bien, que me comprendiera, que estuviera comprometido con quién soy y las elecciones que tomé en la vida. Un padre bueno para admirar y para aprender. Por eso creo que el mío era el mejor terapeuta posible para mí, porque por su género, su edad y su sabiduría me ayudó a entenderme, perdonarme, saber cómo soy.
Este es el punto clave de la terapia: el trabajo lo haces tú. Lo más importante no es que el terapeuta te dé consejos, te explique por qué eres como eres, te deje tarea o algo por el estilo; lo importante es que tú vayas semana tras semana y hables, pienses e integres a tu psique todo lo que irás entendiendo. Esto ocurre poco a poco, poro a poro, sin que sea un acto consciente de “voy a poner este curita aquí” sino más bien un entrenamiento en el que vas poniéndote cada vez más fuerte y resistente. A veces parece que estás hablando siempre de lo mismo. O regresas al mismo tema una y otra vez. La cuestión es que el proceso más sano -y, sospecho, menos peligroso- es acercarte poco a poco a la raíz de los problemas, y lo mejor es hacerlo en espiral. Por eso al principio tu primer acercamiento a un tema escabroso es con una varita de 3 m y lentamente vas atreviéndote a mirarlo de cerca y hasta a verlo desde distintos ángulos.
Mi terapeuta siempre decía que en la terapia uno aprende a saber cómo es, y a decidir si quiere ser de una forma distinta. A lo mejor nunca dejas de sentirte intolerante con la gente supersticiosa, pero al menos primero lo vas a identificar, luego recordar que más o menos entiendes por qué te pasa, y finalmente decidir cómo actuar. Cada vez. Siempre. O sea: puede que siga siendo incómodo juntarte con gente supersticiosa, pero no va a arruinarte el día.
Yo cambié muchísimo en estos años. Mi vida interior cambió por completo, porque ahora la veo más claramente. ¿Conocen la alegoría de la caverna, en la que un grupo de esclavos sólo conoce el mundo exterior a través de las sombras que se proyectan a través de una rendija, y que creen que esas sombras son la realidad? No pretendo que soy el esclavo que salió a la superficie y vio las cosas como son en realidad, pero sí estoy seguro de que tengo una mejor explicación de qué son esas sombras y de dónde vienen. Cosa que tiene sus desventajas: a veces inadvertidamente me expreso como este converso insoportable que ya sabe que la gente no sólo “es como es y así va a seguir siendo”, que nada es gratuito, que toda afrenta se cobra de una u otra forma, que mis ideas radicales están sustentadas en miedos, que las ideas radicales de los demás seguro también, etc. Y no es un tema que te haga popular en las fiestas, digamos.
Y claro, da miedito soltar esta ayuda fantástica que es la terapia; sientes que el terapeuta siempre tendrá más cosas valiosas que compartirte. Creo que es normal sentirte así y que estar siempre en terapia es un estilo de vida válido. Yo duré nueve años en terapia, y un buen día decidí que ya quería dejar de ir, así que se lo comuniqué a mi terapeuta, tomé un par de sesiones más y me despedí. Si no fuera porque la esencia de dejar la terapia está en que tu terapeuta ya no esté en tu vida, le escribiría a menudo para agradecerle. Sólo agradecerle y ya, sin más detalles. Porque siento que cualquier palabra más allá de Gracias! sería evidencia de una fantasía oculta de hacer mini-terapia.
En nuestra última sesión mi terapeuta mencionó de forma casual que en efecto, fui un pacientazo. Entendiendo la terapia, presiento que es un refuerzo del tratamiento, pero elijo creérmelo. Presiento también que es síntoma de que funciona. Y por eso: Gracias Beto.
[1]: Premio que se da cada año al mejor gol de TODOS los torneos de futbol del mundo
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