Todos somos un poco tontos. En algún sentido. Quizás eres neurocirujano y tus manos son el instrumento de Dios, pero quizás no puedes bailar merengue sin pisar a tu pareja y a cualquier inocente vecino de pista. O eres un crack del futbol y le das consejos técnicos a Beckham, pero cada vez que platicas con tu novia del colegio, sólo aciertas a balbucear estupidez y media. En fin. Cada quien tiene una o varias áreas de experiencia en las que se siente cómodo, pero otras miles en las que no. Es natural. Pero eso no significa que uno sea un idiota para ello. Nadie llamaría “idiota” a Michael Jordan si pierde en el ajedrez contra el nivel más básico del GameBoyMicro, o si un plomero no reconoce la diferencia entre Schubert y Chopin. Soy un intolerante, lo reconozco. Sin embargo, no llamo “idiota” a quien hace mal las cosas. Le doy ese nombre a quien, careciendo de talento / preparación / experiencia / intuición en un ramo, decide que le importa poco y sigue ejerciéndolo de todos modos. A veces, yo lo sé, la realidad supera a la utopía, y no hay otra alternativa: viene a la mente la clásica historia del biólogo marino que maneja un taxi, o la señora que durante años tuvo que fingir que se había matriculado en economía (sin embargo, casos como esteson un extremo). Pero los que no tienen perdón son los que ejercen, hacen, deshacen, y cometen torpeza tras torpeza durante años, y de todos modos siguen sin prepararse, sin buscar otra área donde sí funcionen, o de plano admitan públicamente que no son aptos para la tarea que les ha sido encomendada y renuncien. Estos son los que, perdón, pero para mí merecen el apelativo de idiotas. Como ejemplo de idiotas públicos, se me ocurren los “comediantes” que tenemos en México (vienen a la mente Ortiz de Pinedo, Carlos Espejel, Reynaldo no-sé-qué), TODOS los del partido Verde, los actores de Televisa que llevan 100 telenovelas y siguen sin poder hacer el más básico gesto de sorpresa (piensa en Victoria Ruffo o la peor, María Sorté), los tontísimos secretarios de Estado que tenemos (sobre todo Carlos Abascal, quien cree que parte de su agenda como Srio de Gobernación es opinar sobre temas religiosos y culturales). También me parecen idiotas los mediocres futbolistas mexicanos, todos millonarios pero absolutamente faltos de cualquier talento y condición física (Cuauhtémoc, ¿cómo jugarías si bajaras esa panza?). Y qué me dicen de Adal Ramones, conduciendo Bailando por un Sueño, demostrando más allá de cualquier duda que su único mérito, sus famosos monólogos, son 100% leídos y nada de lo que dice es fruto de su creatividad. Idiotas ejemplares son los cantantes que no cantan ni componen ni tocan nada, como Paulina Rubio o Enrique Iglesias. En fin: no soporto a los idiotas. No comprendo cómo alguien puede decir ”hola, soy actor” o ”yo trabajo para México” y poder mirar a los ojos al espejo. No hay pretexto para quien sigue siendo inepto realizando un trabajo por el cual recibe un sueldo. Me es imposible entender a alguien que trabaja en sistemas, por ejemplo, y decide sentarse en su conocimiento, a sabiendas de que, en esa área, no actualizarse significa la obsolescencia. Y tengo peor opinión de aquellos idiotas que no sólo no se capacitan o renuncian, sino que desde sus pedestales se dedican a lanzar sus dardos contra “los nuevos”, fomentando aún más la mediocridad y el estatismo. A todos los idiotas: por favor, un poco de autocrítica. Mientras más pública sea su idiotez, más daño hacen a la sociedad, que inicialmente intentará imitarlos y quizás hasta superará su idiotez. No digo que todo tenga que hacerse con excelencia. Tan sólo hagan las cosas tan bien como puedan. Nuestros niños se lo agradecerán.
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