Hoy es mi cumpleaños. Cada año me esfuerzo por pensar en que este día es un día como todos los demás, sin nada especial, pero no puedo evitar irme a dormir cada 11 de julio con la ilusión de “¡mañana es mi cumpleaños!” y me duermo con una sonrisa, como niño que espera que el ratón le traiga dinero por su diente. Al final, claro que es un día como cualquier otro del año, pero para mí y para otros 20 millones de personas es uno que transcurre lentamente, en el que cada segundo de cada minuto se siente uno como animado por un calorcito especial que emana desde dentro, una sensación de pequeño nerviosismo que dura 24 horas, y miramos a los demás, incluso a los que no tienen peregrina idea de que es nuestro cumpleaños, con cara de “¿qué no me vas a felicitar?“. Bueno, al menos a mí me pasa todo esto. Desde niño, mi cumpleaños ha sido celebrado ruidosamente, y, aunque en realidad no siempre me hicieron fiestas enormes -más bien casi nunca fue el caso-, con estar con mi familia y la gente a la que más quiero, y sentir que cada uno de ellos quería que yo me sintiera especial ese día, era más que suficiente. Conforme el tiempo fue pasando y fui creciendo, me dí cuenta de que, si quería que la gente me felicitara, no podía esperar que se acordaran de la nada que era mi cumpleaños, de modo que siempre, desde una semana antes, iba avisando a toda la gente cercana a mí que ya se avecinaba mi día. Pensaba, y pienso, que lo importante es recibir cariño, aunque haya hecho falta darle una ayudadita. Durante buena parte de mi adolescencia, mi cumpleaños significó un parteaguas en el año, y en vez de hacer propósitos de año nuevo, los hacía para este día. Casi siempre me deprimía un poco por ahí de junio y principios de julio -adolescente, después de todo- y justo una semana antes de mi cumpleaños empezaba a sentirme mejor. Ni qué decir que el resto de julio, todo agosto y a veces hasta septiembre me duraba el empujón que me daba el haber cumplido años y ver a mi gente querida. Al final de cada 12 de julio, por la noche, la mente se me sensibiliza y hago un pequeño recuento del día; pienso siempre que mañana, 13 de julio, será otra vez un día normal pero que habré cumplido un año más, y sobre todo estaré recargado por todas las felicitaciones, abrazos y uno que otro regalo. Que por cierto, los regalos son fabulosos, no importa el tamaño o precio: un avión de papel que diga “¡Felicidades!” puede ser mucho más lindo que una camisa del más fino almacén. O una sonrisita de mi hijito Mateo, que está cerca de cumplir 2 años, y que es lo que más me emociona de todo el día. Dentro de un rato, voy a estar con él, y tan sólo pensar que se va a emocionar por soplarle a las velas y me va a dar un abrazo -seguramente no entiende bien bien por qué será el abrazo, pero es lo de menos-, hace que unas lagrimitas empiecen a asomar en mis ojos. Pues bien, este es el primer post que publico en meses, y sí, sólo con la oculta intención de recibir cientos de comentarios de felicitación. Espero que la Coctelera no se haya olvidado por completo de mí, juro solemnemente que he seguido leyendo a todos los de siempre, y que si no he posteado ha sido porque no he encontrado el tiempo. Así que bueno, ¡hoy es mi cumpleaños!
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