American Psycho es una terrorífica novela de Bret Easton Ellis sobre la vida de un joven millonario a finales de los 80s en Nueva York. Este joven, cuyo nombre es Patrick Bateman, tiene una vida normal para alguien de su nivel: tiene acceso a comprar y poseer cualquier cosa; vive en una eterna celebración de la superficialidad; ocupa todos sus días en comidas, fiestas y celebraciones; cuida obsesivamente de su cuerpo, de su cabello, de su piel; está enterado de todos los dictados de la moda y los cánones de elegancia. La vida de este yuppie transcurre rodeada de seres iguales a él, tanto en gustos, costumbres, prioridades y temas de conversación. No sólo eso: también comparte con ellos el interés absoluto en sí mismos, el egoísmo, la búsqueda eterna de micro-triunfos por los objetos que compran, la calidad de sus tarjetas de presentación, la habilidad para hacer una reservación en algún restaurante exclusivo. Bateman es igual a ellos, con una pequeña diferencia: es un sociópata. Producto en parte de sus antecedentes personales y sus vivencias y en parte de su decisión propia, es incapaz de relacionarse con el mundo y de experimentar cualquier clase de sentimiento, de modo que la única forma que encuentra para liberar la presión es cometer asesinatos y escalar cada vez la crueldad, imaginar nuevos métodos de tortura, buscar víctimas que le produzcan el mayor efecto posible con su muerte. Asesina impunemente, en parte gracias a que los que le rodean están demasiado ocupados en sí mismos; al anonimato de una gran ciudad, y a lo inverosímil que resulta que este apuesto y rico ejecutivo tenga necesidad de cometer crímenes. El libro está narrado en primera persona, y aproximadamente el primer tercio trata sobre la vida diaria de Bateman, poniendo atención a los detalles que para él son importantes: la marca del reloj que usa cada compañero, el nombre del diseñador de cada prenda, la comida que se sirve en cada restaurante, la música de moda. A lo largo del relato uno de los temas recurrentes es que todos son tomados por alguien más: “¿Es ese de allá Paul Allen?” “¿No es Ivana Trump la que está sentada en aquella mesa?” y el protagonista mismo es confundido continuamente por otras personas, a quienes él simplemente contesta de forma vaga para evitar explicaciones. Este primer tercio del libro es un recuento de las costumbres de este grupo social en los 80’s, incluyendo por supuesto el consumo de drogas, el choque entre clases, la falta de interés en los demás y la banalidad de su vida diaria. Es enmedio de todo este recuento que Bateman empieza a narrar, con excruciante detalle, algunos de los asesinatos que va cometiendo, utilizando un lenguaje extremadamente crudo y gráfico. Describe detenidamente las sensaciones, los pensamientos que cruzan su mente, los estertores de las víctimas, las caras de terror, la forma inhumana (cortando, incinerando, incluso engullendo) en la que dispone de los restos de los muertos. Él mismo es objeto de arranques incontenibles de rabia durante los cuales puede decapitar, acuchillar, cegar o invalidar a cualquier ser que tenga la mala suerte de cruzarse en su camino. Algunas otras veces procede según un plan que ha determinado, dejando algunos detalles para la improvisación, eligiendo el modo de matar a las víctimas dependiendo de sus personalidades. No cualquier estómago es capaz de soportar esta narración tan detallada y llena de eventos increíblemente crueles, aumentada por la maestría con la que Bret Easton Ellis describe, con gran precisión, los estados de ánimo, los intercambios no verbales, y el lenguaje corporal entre el protagonista y el resto de su mundo, sean amigos, conocidos o inclusive víctimas. Incluso llega un momento en que es cansado leer sobre tantos asesinatos y torturas. Sin embargo, este quizás es uno de los valores más grandes del libro: primero te asombra la crueldad, luego comienza a nacer un sentimiento de aborrecimiento hacia Bateman, hacia su vida, sus actividades, sus juicios, y luego, ante el tedio provocado por la repetición, empiezas a intentar saltarte la narración, y no puedes evitar preguntarte qué es lo que te mueve, qué es lo que te hace seguir leyendo. Deseas que tanto crimen tenga un castigo ejemplar, comienzas a preguntarte qué clase de final tendrá la novela. Y de pronto, durante un más de sus ya usuales asesinatos sin sentido, el protagonista se descuida, es descubierto por unos patrulleros y se ve envuelto en una persecución que se convierte en balacera y donde termina matando varios policías, un taxista, un velador, etc. Aquí el autor te sorprende preocupándote por la suerte de Bateman, deseando que se salve, quizás guardando la emoción en espera de un desenlace más dramático, menos circunstancial, pero esta vuelta de tuerca te hace invariablemente pensar en que quizás estás más identificado con el protagonista de lo que creías. Aquí es donde la novela se vuelve algo mucho más profundo, más que una parodia de la vida en los 80s, de la superficialidad de losyuppies, de la pérdida de individualidad, del hedonismo. Es una evaluación de la condición humana, pero una evaluación que tienes que hacer en carne propia, no como el cómodo espectador de una comedia que ocurrió en otros tiempos y a otra gente. A mí me ha dejado con un saborcillo de duda, cuestionándome qué necesitaría ocurrirme para convertirme en un nuevo Patrick Bateman, o cuáles de mis acciones podrían pertenecer a un psicópata. ¡Cuidado! Spoilers. No continuar si piensas leer el libro o no has visto la película. Justo cuando el tono del libro comienza a parecer monótono, y después de la persecución policial, Bateman confiesa todos sus crímenes por teléfono a su abogado: le deja un mensaje de más de 10 minutos en la contestadora, narrando el asesinato de un conocido común, la tortura posterior a dos prostitutas en el departamento de éste, etc. Tiempo después, encuentra a su abogado en un bar, y nerviosamente se acerca a él. El abogado lo confunde con otro cliente, llamándole “Davis”, y recordando con humor el mensaje que dejó, agregando que lo único no creíble de su mensaje era que Bateman fuera capaz de hacer todas esas cosas, dado que se trataba de un pusilánime. Esto enardece a Patrick, quien asegura al abogado que él mató a Paul Allen, el conocido común que tienen, que además lo disfrutó, y que todo lo que le dijo en el mensaje era cierto. El abogado le dice con extrañeza que no puede ser, porque él mismo cenó con Paul Allen en Londres dos semanas antes. Bateman duda y calla ante esta afirmación. De modo que el autor deja abierta la posibilidad de que todo lo narrado haya sido producto de la imaginación de Bateman. Esto explicaría muchos de los eventos y, sobre todo, la impunidad de la que éste ha gozado durante años. He encontrado en foros de internet decenas de conversaciones y explicaciones a favor de una u otra teoría: por un lado, están quienes dicen que todos los asesinatos fueron reales, y si nadie lo ha señalado como un asesino es simplemente por el arrobamiento en el que todos parecen vivir, ávidos de reafirmarse a sí mismos, cada quien explorando una dimensión distinta de la banalidad. En verdad, cada momento en el que Bateman confiesa ser un psicópata, o corre el riesgo de ser descubierto, una “justificación” aparece que lo exime de toda sospecha. A veces es por el ruido que hay en los bares (donde, cuando contesta en qué trabaja, dice “murders and executions” pero todos piensan que dijo “mergers and acquisitions”), a veces por la superficialidad de sus conocidos (que al verlo arrastrando un bulto enorme en una maleta se asombran y preguntan “¿Dónde conseguiste esa maletota maravillosa?”), y en otras ocasiones porque incluso la desaparición de personas es vista como algo típico, dada la propensión de la gente a hacer largos viajes y mudarse a otros países. Por otro lado, quienes soportan la teoría de que todo era producto de sus fantasías dicen que algunas de las escenas de asesinato son claramente inverosímiles, que es imposible que tanta muerte le pase desapercibida a la policía, que al ser descrito todo en primera persona es muy fácil que se nos presente sólo lo que el narrador creyó o quiso vivir, hacer o ver. Y en efecto, en más de una escena se muestra a Bateman como un perdedor, un ser opacado por su hermano, quien es un hippie libre de toda atadura, un hombre que tiembla como una hoja y dice cualquier tontería cuando se encuentra a una antigua novia de la prepa, que en aquellos tiempos lo dejó por obsesivo y difícil. En el libro se deja entrever que el padre de Bateman es millonario, que es el dueño de la empresa donde él trabaja, y que la madre es un ser ausente. Todo esto, junto con un par de evidencias que misteriosamente el resto del mundo no es capaz de ver o reconocer, parecen apuntar hacia un caso tipo Sexto Sentido, donde la sorpresa consiste en no habernos dado cuenta de que todo lo narrado podía ser la simple fantasía. En cualquier caso, American Psycho es la disección de una mente desordenada, producto colateral de una sociedad a la que no le importan los individuos sino los resultados, víctima de una época en la que el mundo descubrió lo superficial, lo inútil, lo cursi y fosforescente. Intencionalmente es ambiguo el desenlace, cosa que parece decirnos “lo importante no es si lo hizo o no, es algo más, piensa”. En cuanto al diseño del personaje central, me parece que el trasfondo psicológico de Bateman está muy bien armado y que soportaría el escrutinio de un profesional de la mente. Es asombroso también cómo Ellis, el autor, pudo sumergirse en el mundo de un desquiciado durante el tiempo necesario para escribir el libro, para intentar reproducir los intereses de alguien por completo demente. Es una obra maestra que probablemente sea difícil de apreciar dada la cantidad de violencia y lo explícito de las descripciones, una novela que pone a prueba tu vocación de lector y la fortaleza de tu mente.
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